Un lugar de bienvenida

Por Rodrigo Moral

Participar de un taller.

Un taller es un espacio de bienvenida, de bienvenida a un oficio, a una práctica, a un ejercicio, a un quehacer, a las herramientas -herramientas que deben estar ahí, al alcance de la mano, a la vista y disponibles. Un taller debe ser amable y acogedor porque allí da lugar la experiencia humana más importante: la de enseñanza y aprendizaje.

Es en un taller donde todo pasa a la próxima generación, la de los recienvenidos. Los maestros transmiten sus conocimientos a los aprendices. Como una academia en miniatura -más o menos informal-, es un lugar sagrado de perpetuidad y transformación esencial para la cultura. Y una de las cosas más importantes que pueden ocurrir allí, y lo que le da el misterio del crecimiento al hombre, es que el alumno supere al maestro. Allí se renueva la tierra y el aire se vuelve puro. Allí se produce la regeneración del mundo.

Todo esto, sí; todo esto tiene que vivirse en un taller. El alumno se tiene que sentir apreciado, virtuoso, cómodo, alentado, entendiendo que no existe el fracaso, sino un camino que va siendo superador. El alumno siempre da lo mejor, siempre está en su mejor momento porque está en lo último -en lo más nuevo- de su recorrido. Al alumno hay que guiarlo en sus exploraciones, porque es un recienvenido.

Por supuesto, tenemos casos de relaciones entre alumnos y profesores crueles, salvajes y hostiles. El cine ha sabido retratar grandes casos: Whiplash de Damien Chazelle y El cisne negro de Darren Aronofsky. Los alumnos de estas historias pueden haber alcanzado sus metas técnicas, pueden haber aprendido, pero ¿con qué saldo? Como personas han quedado rotas después del tránsito -o debiera decir trance- por esa relación con el profesor. ¿Es necesario el desafío flagelante hacia la perfección? Un camino del que se obsesiona se torna circular.

Aliento e inspiración no tienen nada que ver con maltrato y hostigamiento. La agresión como forma de enseñanza no puede dar buenos resultados.

Si tenemos una mala experiencia en un taller, si más que bienvenidos nos sentimos expulsados, busquemos recomendaciones, probemos y compartamos otros espacios. Vayamos en busca de otras opciones, pero no dejemos que eso nos desaliente en nuestra práctica vital como escritores.

No hay taller, no hay lugar ni espacio físico real si no hay lazo entre profesor y alumno. No hay transferencia posible de conocimiento porque no hay relación. Y los talleres, tal es el nombre de este artículo, deben ser de bienvenida. El que espera aprender está lleno de ansiedad, de fantasías, de miedos y de resquemores, y a estos sentimientos, a los que hay que darles lugar sin juzgarlos, con trabajo y en compañía, irán desapareciendo.

No hay práctica posible para el recienvenido si no es atractivo observar el quehacer del maestro, si no se lo invita a participar y se lo alienta a probar, si la herramienta no se entrega de forma amable -mano a mano- y con la potencia -latente- de todo el porhacer.

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