Escribir solo o en compañía
Prólogo del libro editado por el taller Tiempo de Letras (2018)
Una de las primeras cosas que les pregunto a los alumnos cuando entran a una de mis clases es qué creen que es un taller literario. Y, delante mío, pueden decir muchas cosas menos que es dictado por un señor venido a menos con bigotes y voz ronca (aún no). Pueden decir que es un grupo sombrío porque todavía no se conocen, y pueden decir que se lee solemnemente porque todavía no leímos nada. Pero todo se desvanece muy rápido cuando compartimos cuentos como el de una madre que acaba de descubrir que su hijo es estrella porno o cuando hacemos chistes malos al final de la clase. Quizás los talleres tengan este filtro sepia en mucha gente por la imagen hiperintelectual del oficio del escritor. Sí. Escribir es un trabajo intelectual, porque lo último que es la literatura, es inocente. El texto que no piensa su época y le da voz es un texto que nace muerto.
Retomando aquella imagen estereotipada de los talleres literarios, podemos decir que hoy, en pleno auge, el sepia va tiñéndose de colores más vivos. La divulgación de ciertas áreas del conocimiento y el arte como la filosofía, la ciencia y la literatura están cobrando nuevo vigor con mediadores de la talla de Darío Sztajnszrajber, Diego Golombek y Pablo Ramos.
Una vez que los alumnos sueltan una sonrisa y se aflojan paso a explicarles. Los talleres son lugares para trabajar la escritura, como se trabaja cualquier oficio, con tenacidad y poniendo manos a la obra. Se toman clases de escritura como se toman clases de actuación o de baile: se aprenden técnicas y se practican. ¿Quién puede decir que Alfredo Alcón o Julio Bocca no son grandes en lo suyo por tomar clases? ¿Hasta dónde hubieran explotado su potencial de no hacerlo?
¿Quién habló de talento? Con oficio todo se alcanza.
El taller es el lugar de la apertura y el contacto. Pocas cosas crecen en soledad y sin ser compartidas. El oficio de escribir, que en su esencia es comunicar, es tan gregario como el ser humano. En este taller la palabra dicha, la palabra expresada, es la que busca al otro, no la palabra cerrada sobre el propio sentimiento, la que peca de sentimentalismo, la palabra onanista. No es esa nuestra búsqueda en este taller. Acá buscamos la palabra que toca, que comparte, que provoca. En la serie Californication, Hank Moody, con su estilo desenfadado, suelta a sus alumnos la siguiente frase: “Escriban desde lo que les excita”.
Claro que muchos han podido lograr excelentes prosas en “soledad”, por ejemplo con la lectura atenta de obras maestras. Estos escritores han sabido profanarlas, han sabido observar al artista como quien observa levantar una pared para luego poder levantarla él.
Claro que no siempre hubo talleres, y sin embargo sí siempre hubo grandes escritores, pero esos escritores sí tuvieron, desde siempre, en alguna forma, sus charlas de café con amigos y colegas.
Claro que también está el que se las arregla solo, el que se despega de su texto y un tiempo después, con la distancia suficiente, convertido en un otro de sí mismo, vuelve sobre él con sentido crítico.
De este modo, las tres formas del otro en soledad (la profanación, la charla y el distanciamiento) tienen sus resultados. Pero siempre hay un otro, más o menos explícito, más o menos activo. Los talleres están para hacer eso tangible: un espacio, un tiempo y un otro, coordenadas escasas en esta época.
Por supuesto, escribir en soledad es una actitud. Da resultados valiosos pero no tanto como cuando existe la honestidad de incorporar la opinión ajena y sintetizarla. El taller es un ejercicio de tolerancia, donde uno pierde en cuanto se distrae con su ego.
Es en el taller donde se pone el trabajo sobre la mesa. Y una vez ahí, el texto se discute, porque discutir, desde sus orígenes, es separar lo que vale la pena de lo que no, lo que es raíz y lo que es tierra.
Esta es una parada en el camino de cada uno. No son textos perfectos, porque sencillamente los textos perfectos no existen. Pero acá están expuestos, brindados al banquete de la lectura.
Compartiendo el cariño que este taller le tiene a la alfarería, la escritora Ana María Shua, desde el mismo entusiasmo, dice que escribir es como si trabajara un trozo de arcilla húmeda, al que poco a poco le va dando forma, pero al mismo tiempo se va secando y solidificando.
Y ahí está la pieza, la única posible, la que cada uno logró con sus manos de hoy. Estos textos expresan el momento de escucha y de puesta en práctica. Son instantáneas, polaroid, son todo lo mejor que hemos escrito.
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