Trabajé 28 años de maestra rural, de grado y domiciliaria. Cuando me jubilé, vino esta otra parte a la que yo le suelo llamar mi otra vida, dedicada a la lectura y la escritura. Un tiempo también mucho más relajado para compartir espacio con mis nietas. Empecé en mi pueblo a asistir a talleres hasta que di con este maravilloso grupo de personas con el que estoy ahora. Es muy lindo la visión educativa en la madurez. La educación es permanente, no tiene límites. Para las pasiones no hay una edad.
He vivido toda mi vida en este pueblito chico, a donde todos nos conocemos por el nombre y el apellido. Nos sabemos la historia, los orígenes, los lugares donde hemos vivido los parientes. Salimos y llegamos caminando a cualquier destino. General La Madrid tiene 11000 habitantes, nada más. Reconozco este pueblito como mi lugar en el mundo. No me gusta mucho salir de él. Mis viajes siempre son a través de las lecturas.
Cuando empecé a escribir mandaba cosas a concursos. Necesitaba que alguien aprobara lo que estaba haciendo. En esa primera etapa escribí algunas poesías y algún cuento corto. A mis cuatro hijos los he perseguido por todos lados para que me escucharan, a ver si se entendía. La escritura ahora viene por el placer de hacerlo.
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La necesidad de escribir la heredé de mi mamá. Era una persona que registraba la vida. Guardaba registro de lo que escribían sus alumnos, de la enfermedad de papá, de experiencias de vida en las que las personas descubrían a Jesús. También en una oportunidad descubrí una poesía que papá le había escrito a un compañero de trabajo, y dije: “Acá están mis raíces”.
Cuando yo era chica y era todavía hija única, porque tuve mi primera hermana cuando yo tenía 10 años, mi mamá conversaba mucho conmigo. Recuerdo que compraba la revista Vosotras. Allí salían los “Cuentos para leer sin rímel” de Poldy Bird. Estábamos las dos acostadas en la cama grande y ella me los leía, tendría yo 8 o 9 años. Siempre mi mamá me trató como una persona bastante madura, teníamos conversaciones profundas. Recuerdo que un día en verano, cuando ella daba clases particulares de lengua y literatura, yo siempre andaba rondando debajo de las mesas, tendría yo 7 años, y un día escribí como un informe acerca de un alumno y me acuerdo que mi mamá lo leyó.
Otra de las vivencias que tengo son sus clases de primaria cuando les enseñaba redacción a los alumnos con el método Camilli. Yo también era su alumna y seguí el método. Hasta sus últimos días tuvo el librito muy viejito en el cajón de su mesa de luz. Y esa fue una de las pocas cosas que me traje de la casa de mi mamá cuando murió. Por los recuerdos que eso me despertaba. Ella me decía que Camilli proponía pensar de qué colores eran las cosas, qué sabor podrían tener, qué olor podría salir de ellas. Así que eso también es de mamá.
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Siendo ella profesora de lengua del nivel secundario y también maestra de primaria es muy paradójico que nunca nadie me haya orientado. Sobre mi gusto por la lectura y la escritura, el único indicio que tengo es de cuando tomamos la confirmación que me encomendaron hacer una carta de agradecimiento al obispo. Pero tampoco es que me decían, vos escribís bien. Me dijeron que la escriba. Y fue muy corto. Sin embargo, yo a veces creo que mi felicidad siempre ha estado allí, en escribir y leer.
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